22.4.07

Limites

"Nasrudín fue a una casa de baños turcos. Como estaba pobremente vestido los dependientes le brindaron escasa atención, dándole desdeñosamente sólo un trocito de jabón y una toalla vieja.
Al salir, el Mulá les entregó como propina una valiosa moneda de oro a cada uno. Ni siquiera se había quejado de la atención, de modo que los empleados quedaron perplejos. ¿Podría ser , -se preguntaban-, que de haberlo tratado mejor les hubiera dejado una propina aun mayor?
A la semana siguiente volvió el Mulá. Esta vez, por supuesto, fue atendido como un rey. Después de que lo hubieron masajeado, perfumado y tratado con la mayor deferencia, antes de abandonar la casa de baños el Mulá le entregó a cada servidor la más ínfima moneda de cobre.
´Esto -les dijo- es por la vez pasada. Las monedas de oro fueron por lo de hoy.´ Y se alejó muy dignamente... "

El collar

Jenny era una linda niña de cinco años de ojos relucientes. Un día mientras ella con su mamá visitaban la tienda, Jenny vió un collar de perlas de plástico que costaba 2.50 dólares. Cuánto deseaba poseerlo!! Preguntó a su mamá si se lo compraría, su mamá le dijo: Hagamos un trato, yo te compraré el collar y cuando lleguemos a casa haremos una lista de tareas que podrás realizar para pagar el collar. Y no te olvides que para tu cumpleaños es muy posible que tu abuelita te regale un billete de un dólar enterito!!, está bien? Jenny estuvo de acuerdo, y su mamá le compró el collar de perlas.
Jenny trabajó con tesón todos los días para cumplir con sus tareas, y tal como su mamá le mencionara, su abuelita le regaló un billete nuevo de un dólar para su cumpleaños. En poco tiempo Jenny canceló su deuda. Jenny amaba sus perlas!! Ella las llevaba puestas a todas partes - al kinder, a la cama, y cuando salía con su mamá a hacer los mandados. El único momento que no las usaba era cuando se bañaba, su mamá le había dicho que las perlas con el agua le pintarían el cuello de verde!
Jenny tenía un padre que la quería muchísimo. Cuando Jenny iba a su cama, el se levantaba de su sillón favorito para leerle su cuento preferido. Una noche, cuando terminó el cuento, le dijo: "Jenny, tú me quieres?", "Oh si papá, tú sabes que te quiero!". "Entonces, regálame tus perlas". "Oh, papá! No mis perlas!" dijo Jenny. "Pero te doy a Rosita, mi muñeca favorita. La recuerdas?, tú me la regalaste el año pasado para mi cumpleaños. Y te doy su ajuar también, está bien papa?" "oh no hijita, está bien, no importa", dándole un beso en la mejilla. "Buenas noches pequeña".
Una semana después, nuevamente su papá le preguntó al terminar el diario cuento "Jenny, tú me quieres?", ""Oh si papá, tú sabes que te quiero!". "Entonces regálame tus perlas". "Oh, papa! No mis perlas!, pero te doy a Lazos, mi caballo de juguete, lo recuerdas? Es mi favorito, su pelo es tan suave y tú puedes jugar con él y hacerle trencitas. Tu puedes tenerlo si quieres papá". "Oh no hijita, está bien," le dijo su papá dándole nuevamente un beso en la mejilla, "Dios te bendiga, felices sueños".
Algunos días después, cuando el papá de Jenny entró a su dormitorio para leerle un cuento, Jenny estaba sentada en su cama y le temblaban los labios, "toma papá" dijo, y estiró su mano. La abrió y en su interior estaba su tan querido collar, el cual entregó a su padre. Con una mano él tomó las perlas de plástico y con la otra extrajo de su bolsillo una cajita de terciopelo azul. Dentro de la cajita habían unas hermosas perlas genuinas. El las había tenido todo este tiempo, esperando que Jenny renunciara a la baratija para poder darle la pieza de valor.

La Puerta...

Erase una vez en el país de las mil y una noches... En este país había un rey que era muy polémico por sus acciones, tomaba a los prisioneros de guerra y los llevaba hacia una enorme sala. Los prisioneros eran colocados en grandes hileras en el centro de la sala y el rey gritaba diciéndoles: «Les voy a dar una oportunidad, miren el rincón del lado derecho de la sala...»
Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y flechas, listos para cualquier acción.
«Ahora, -continuaba el rey- miren hacia el rincón del lado izquierdo...» Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y grotesca puerta negra, de aspecto dantesco, cráneos humanos servían como decoración y el picaporte para abrirla era la mano de un cadáver..... En verdad, algo verdaderamente horrible solo de imaginar, mucho más para ver. El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba: «Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren? Morir clavados por flechas o abrir rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí? Ahora decidan, tienen libre albedrío, escojan....»
Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la decisión, ellos llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro metros de altura, miraban los cadáveres, la sangre humana y los esqueletos con leyendas escritas del tipo : "viva la muerte" , y decidían: «Prefiero morir flechado...» Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a los arqueros de la muerte y decían al rey: «Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme encerrado»
Millares optaron por lo que estaban viendo: la muerte por las flechas. Un día, la guerra terminó, pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón de flechas" estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey.
El soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó: «Sabes, gran rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta., pero... ¿qué es lo que hay detrás de aquella puerta negra?»
El rey respondió... «¿Recuerdas que a los prisioneros siempre les di la opción de escoger? Pues bien...ve y abre esa puerta negra.»
El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro de sol besar el suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más luz y un delicioso aroma a verde llenaron el lugar. El soldado notó que la puerta negra daba hacia un campo que apuntaba a un gran camino. Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra llevaba hacia la Libertad...

El otro Halcon

Un rey recibió como obsequio, dos pequeños halcones, y los entregó al maestro de cetrería, para que los entrenara.
Pasando unos meses, el maestro le informó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente, pero que al otro no sabía que le sucedía; no se había movido de la rama donde lo dejo desde el día que llegó.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón, pero nadie pudo hacer volar el ave. Encargó, entonces, la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió. Al día siguiente, por la ventana, el monarca pudo observar, que el ave aún continuaba inmóvil.

Entonces, decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la persona que hiciera volar al halcón. A la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente por los jardines. El rey le dijo a su corte, "Traedme al autor de ese milagro". Su corte rápidamente le presentó a un campesino. El rey le preguntó: - ¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago? ..Intimidado el campesino le dijo al rey:
- Fue fácil mi rey. Sólo corte la rama, y el halcón voló. Se dio cuenta que tenía alas y se largó a volar.

La vida

Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph.
Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se separó del visitante en tres ocasiones: primero para ayudar a una anciana con su maleta; luego para cargar a dos pequeños a fin de que pudieran ver a Santa Claus, y después para orientar a una persona. Cada vez regresaba con una sonrisa en el rostro.
"¿Dónde aprendió a comportarse así?", le preguntó el profesor. "En la guerra", contestó Ralph.
Entonces le contó su experiencia en Vietnam. Allá su misión había sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura.
"Me acostumbré a vivir paso a paso" -explicó. "Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho posible del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo en el suelo.Me parecía que cada paso era toda una vida".
Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, nuestra vida sería como una película que ya vimos.Ninguna sorpresa, ninguna emoción.
Lo que se requiere es ver la vida como lo que es: una gran aventura.Al final, no importará quién ha acumulado más riqueza ni quién ha llegado más lejos. Lo único que importará es quién lo disfrutó más.

2.4.07

Sorgo y Chamico

El sorgo estaba chico. Tal vez a no más de una cuarta de altura. Y el verano había exagerado la sequía con varios días de viento norte.
A la hora de la siesta era casi preferible no mirar el sorgal. Su aspecto era más vale desalentador. Chamuscado como estaba por el calor y el viento norte, el pequeño sorgal mostraba el sufrimiento de la sequía.
Sólo el chamico parecía gozar de privilegio. Aunque mirado bien y de cerca, también él mostraba los efectos de la sequía. Lo malo era que había mucho chamico. Y para el sorguito eso representaba un doble peligro.
Un peligro presente, ya que el chamico - nacido antes que el sorgo - lo aventajaba en vigor y le quitaba gran parte de la poca humedad que tenía esa tierra resecada por el sol del verano que empezaba recién. Y además era un peligro futuro. Sorgo y chamico semillarían juntos. Y juntos terminarían en los silos, y juntos pasarían a la molida. Y dicen que la semilla de chamico es venenosa. Que hace abortar a las preñadas. Y era una pena que el fruto de ese sorgal destinado a alimentar a los demás, estuviera envenenado por el fruto abortivo del chamico.
Había que tomar una decisión. Me llamaron para que viera el sorgal. A esa hora el sol ya apretaba, y el viento norte se dejaba sentir.
¡Me dio pena el sorgo! Había algo de tristeza en sus hojas, un cierto cansancio y ganas de no seguir aguantando más. El chamico aparecía potente, con sus hojas anchas y redondas, junto a las hojas afiladas de las plantitas del sorgal.
Una solución parecía imponerse. La de los manuales. Una fumigación con herbicida, si fuera posible esa misma tarde. Fumigación aérea, era o parecía ser, lo más seguro, lo más rápido. Al no estar todavía protegido por el sorgo, el chamico presentaba toda su superficie a la fumigación y el efecto del herbicida ofrecía la seguridad de realizarse sobre la maleza. Tomándolo de tardecita, con viento quieto y algo de rocío, el herbicida quedaría sobre las hojas. A la mañana siguiente, con el apretar del sol, el castigo del veneno actuaría con todos sus efectos.
Sí. Todo eso estaba bien, pensando en la manera de frenar o eliminar el chamico. Pero ¿y el sorguito?
Estaba el sorguito justo en ese momento de su crecimiento en que abiertas sus hojas, ofrece el follaje al aire y a la luz mostrando su cogollo central, esa zona donde se genera la vida. El herbicida entraría también allí y seguramente haría su efecto.
Era un pésimo momento para fumigarlo. Ni demasiado chico, ni demasiado grande. Y además sufrido por la dura experiencia de una sequía que lo venía maltratando casi desde su madrugar.
El peligro estaba en que el sorguito no aguantaría la sacudida de la fumigación. Tal vez terminara por secarse definitivamente. Y aunque quizá no se llegara a eso, era seguro que el tratamiento frenaría su desarrollo y que el rinde del sorgal perdería un gran porcentaje en el momento de la desgranada.
La decisión, ustedes comprenderán, no podía tomarla basándome en la bronca al chamico. Tenía que tomarla por amor al sorgal. En definitiva, ustedes estarán de acuerdo: lo que importaba en aquel campo no era la no existencia del chamico, sino la abundancia del sorgo.
Y el sorgo aquel aquella tarde no se fumigó. Tal vez no fuera una decisión de ingeniero; era simplemente un manejo de chacarero. De hombre con amor por su campo.
Pero pienso que hubo también detrás otro motivo. Aquel viento norte no podía durar eternamente. Los años pasados en el campo me decían que todo viento norte carga agua, y que al final explota en una tormenta que casi siempre termina en lluvia. Había que tener fe en el cielo, que era quien podía mandarnos la lluvia.
Luego de la tormenta, y con el campo regado por ese llanto de las nubes, era probable que se pudieran tomar pequeñas decisiones para acompañar el crecimiento. Tal vez entrar a azada, o aporcar los surcos. Tal vez una fumigación terrestre.
En todo caso cosas que exigirían más tiempo, más dedicación, y bastante más esfuerzo. Cosas de las que sólo es capaz un chacarero. Porque él se queda comprometido con el campo. Mientras que el ingeniero prefiere las soluciones rápidas, ya que luego de tomadas, se va y tal vez sólo vuelve para la cosecha.
Para él el resultado se convierte en dato. Para el chacarero, en grano.
A veces pienso que en m vida he tenido dos grandes suertes.
La primera es haber nacido en el campo y con eso haber conseguido un profundo cariño por la tierra y los sembrados. Como a mi tata le faltaba una pierna, siempre lo tuvimos en casa y de chiquitos nos hablaba y nos contaba muchas cosas cuando trabajábamos al lado suyo. Mi tata fue un gran hombre.
La segunda suerte que tuve fue que el primer ingeniero con el que me inicié era también un gran hombre. Recorriendo los sembrados, muchas veces me hablaba de sus hijos, de la cooperativa que organizaba en su barrio, y de su amor por los hombres. Fue un gran ingeniero: tenía corazón de chacarero.